.

En la Opinión de Felipe Hinojo Alonso

Comparte
IV PARTE


Fueron tiempos y días difíciles de ese año 2012, entre mayo y junio, del año que corrió. Días, tardes, noches, amaneceres con muchos desvelos por la preocupación constante de lo que estaba ocurriendo en mi lindo Aguascalientes.

Una tensión nerviosa impresionante que tengo que reconocer había en mi, de alguna manera por las vibras que se estaban percibiendo por la cantidad de personas que habían sido afectadas. Y si calculo que fueron un promedio de 500, multiplíquenlas por lo menos por cinco, es impresionante la cantidad de afectados, y sostengo que cuando alguien, una persona o un grupo de personas, les caes bien te mandan buena vibra y vibras en plan superior, cuando están atemorizadas vibras muy bajo.

Era la forma como se alimentaba este ser oscuro llamado Felipe de Jesús Muñoz Vázquez, que gozaba y tal vez siga gozando con el dolor humano.

El punto es que siempre me he jactado de tener percepciones. Cuando hay reuniones capto los estados de ánimo de las personas, tengo ese don que a lo mejor Dios me regaló, de percibir alegrías, tristezas, sufrimientos; y lo percibo tal cual.

Era una noche de junio cuando salí de casa de mi madre para trasladarme a mi rancho. Agarré la 45 sur en mi camioneta. Tenía muchos presentimientos desde noches anteriores. Soñaba, o mejor dicho, visualizaba, presentía que me querían hacer daño.

Sensaciones de que me alcanzaban y balaceaban, la otra era que empezaba a sentir en las piernas un dolor fuerte, como que me las «quebraba» y era un pensamiento constante.

Esa noche de junio, vuelvo a retomar, hace siete años, era una administración que tenía a su cargo Lorena Martínez y acababan de cambiar las luminarias del Boulevard Aeropuerto y también de poner un semáforo para detener vuelta a la izquierda hacia El Refugio de Peñuelas.

Yo seguía derecho, no estaban las plantas de Nissan, Mercedes Benz y el complejo industrial; que tiempo después trajo ese gobernador innombrable que ya estaba en funciones. Aun se veían muchas parcelas propiedad de varios ejidatarios del Cienegal o Ejido de Peñuelas.

Pasando dicho semáforo se puede acceder al Refugio de Peñuelas, subiendo la loma. Por la luz blanca de esas luminarias alcancé ver una figura a la distancia. Se me antojó una figura caricaturesca. Era algo muy alto, largo, como si la cintura la tuviera abajo y la espalda muy alta; las manos muy largas, y si la memoria no me falla tenía un gorro picudo en forma de triángulo.

Se me vino a la mente, no iba muy fuerte, 60 km; que era un vagabundo y esperaba ver que lo acompañaban perros, pero no. Lo que hice fue agarrar el carril izquierdo, porque no había lateral en aquel tiempo. Eran dos carriles y para no atropellarlo me hice al carril izquierdo y esa figura humanoide estaba sobre la orilla del siguiente carril.

Lo más curioso es que cuando volteo y lo veo, justo cuando me emparejo, (y al hacer esta narración estoy sintiendo la vibra y se me eriza la piel al recordar lo que ocurrió esa noche), le vi y no era una cara, era un «rostro» oscuro, con cuencas; y lo pasé.

Lo único que dije en voz media, porque iba solo en mi vehículo, una camioneta Silverado, americana cabina y media; y dije: «Virgen de Guadalupe cúbreme con tu manto», y seguí mi camino.

Llegué promedio 11:30 de la noche. En aquellos años había muy poco tráfico y en otras noches anteriores, antes de esta noche nefasta, sentía como me seguían vehículos, cómo iban atrás y siempre sentía la sensación de que me querían hacer daño. Me encomendaba a Dios, no podía hacer otra cosa.

Salía a la lateral del Boulevard Aeropuerto en 120 grados, y en ese punto, recorro seis kilómetros y siempre aparecía un vehículo a toda velocidad. Varias veces, no sé cuántas, me llegaron a rebasar diferentes tipos de vehículos, y ya cuando me rebasaban me tranquilizaba o en su defecto me encontraban de frente a la altura de la malla del aeropuerto, mucho antes de que construyeran el parque industrial Pila.

Ya existía un camellón intermedio, ya estaba la pista Nascar y era un bouleversito de dos kilómetros y medio, poco antes de llegar a La Providencia siempre me rebasaban a muy alta velocidad.

Si regreso a esa misma noche, esa criatura caricaturesca o humanoide que a mi entender era representación del mal o de la mala vibra, y que alguien al leer esto tal vez lo considere increíble. Habrá personas que consideren increíble, de no creerse por ser falsas afirmaciones o increíble de asombro.

Esta parte no quería comentarla por la misma acción de que lo consideren increíble. He dicho otras ocasiones que tengo ese tipo de percepciones, he escuchado otras mil cosas, y no iba a faltar el colofón de esa noche:

Llego, abro la reja del rancho y me meto. Abro la puerta de mi casa y sigo el ritual de siempre: duermo desnudo, en calzones, porque de niño y en mi juventud siempre busqué la comodidad puesto que me acostumbré en esa forma a dormir. Apagué las luces y al borde de la cama me quedé sentado un momento. En una esquina de la sala tengo la imagen de la Virgen de Guadalupe y tengo un altar a ella, y siempre que llego acostumbro dar gracias por permitirme llegar.

Como siempre, ese día entro, doy gracias, me desnudo, apago la luz y me quedo un momento sentado al borde de la cama. Las personas que han escuchado cómo «truena» un arma, un balazo concretamente, se escuchó en la sala de mi casa.

Por supuesto que me alarmo, prendo las luces. Como se los digo, ese ruido semejante a un disparo de arma lo escuché a unos metros de distancia. Considero que pudo haber sido cerca del altar a la Virgen de Guadalupe.

No sé cómo interpretarlo. Tal vez algunos lo puedan interpretar, o tal vez la interpretación sea a modo y conveniencia, pero creo que tuve apoyo o ayuda celestial de seres de luz, un favor más, un milagro de los muchos que he recibido de ella (La Virgen de Guadalupe).

Ese disparo de arma de fuego fue algo como si estuvieran exorcizando algún tipo de peligro o lo estuvieran anulando tal vez. Después de eso se tranquilizó mucho la situación, ya no tenía tantas sensaciones, era muy ocasional tener la sensación de que me seguían. La locura de ese tipo de gente que torturaba tenía la idea de hacerme algún daño físico, y por esa causa, desde allá arriba hay quién me sigue ayudando y echando la mano.

Termino este relato diciéndoles y llamándoles a la reflexión. A todas las familias que fueron afectadas les digo que dejemos de tener miedo.

Ahora que descubro que he dejado de tener temor a este gris, negro, oscuro, sucio personaje como es Felipe de Jesús Muñoz Vázquez, pierde fuerza. Cada vez que alguien le deja de temer se vuelve triste, amargo, alguien sin sentido.

Si le dejamos de temer les pido que surjan muchas denuncias y que no debe de tardar la justicia que estamos esperando. ¡Hasta la próxima!

(Continuará)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *