Primeramente saludos a la gente que me sigue en la columna Hablemos Claro con transparencia, honestidad y confianza; pero sobre todo con la idea principal de salir adelante en todos y cada uno de nuestros proyectos. La vez pasada platicaba de mis tiempos de estudiante.
Estudié en el CBTA 30 de Pabellón de Arteaga, Centro de Bachillerato Tecnológico Agropecuario. Una escuela rural agropecuaria y mis anhelos e ilusiones eran ser médico veterinario o tal vez ingeniero agrónomo. Alguna ocasión se lo platiqué a mi abuelo Pablo Alonso y me dijo: «Ah que mijo, para ranchero no se estudia».
Después de varias situaciones entré a la escuela luego de haber fracasado en el primer intento de ingresar. Había mil 650 fichas y solamente 500 ingresaban, tenía 15 años y duré un año trabajando. Al siguiente periodo escolar obtuve la ficha 600 y logré ingresar al CBTA 30 en la segunda oportunidad. Estudié hasta segundo semestre y por falta de dinero, voy a dejar esto para otra ocasión, deserté en esa primera ocasión. Salí y duré otro año trabajando.
Un día recordé a un amigo, José Tavares, quien ingresó a los 40 años de edad a estudiar bachillerato, estuvo conmigo de compañero y concluyó. Estando recostado en el piso porque no tenía cama donde dormir, que es otra historia pendiente, estaba listo a las siete de la mañana para irme al trabajo y pensé: bueno, voy a cumplir 17 años y José Tavares tenía 40, entonces vuelvo a intentar y me vuelvo a meter e iniciar y cursé primer, segundo y en tercer semestre llega un maestro, de su nombre no me acuerdo pero su apodo sí: «El Chocorrol», ya se imaginarán por qué: estaba prieto, prieto, prieto.
Escuché una de sus pláticas, era oriundo de Monterrey y que había llegado de un CBTA de Querétaro. Y que a donde llegaba ocasionaba problemas porque con eso «lo arrimaban» más a su tierra, Monterrey.
Lo escuché en la biblioteca de la escuela, platicaba con Francis, la bibliotecaria. Dijo: «En Querétaro «balié» a un alumno y me corrieron a Pabellón, estoy más cerca de mi tierra y vengo a hacer lo mismo, no le di importancia y me salí pensando que estaba loco.
Poco tiempo después hubo un problema y toda la escuela estaba atenta. El director, subdirector y algunos maestros se encerraron en el laboratorio de química y nadie atinaba a comprender qué estaba pasando. Se suspendieron las clases y estábamos al pendiente. Resultó que tres alumnas habían acusado a «El Chocorrol» de acoso sexual.
El tipo salió triunfante. Ellas se habían retractado y dejaron de acusarlo, según eso se comprobó que habían sido ellas quienes lo habían provocado pidiendo que las pasara con 10 y a cambio lo invitaban a una fiesta, le compraban una botella de licor y le conseguían una muchacha. El profesor se sostuvo y llegaron a la salomónica decisión de «nada para nadie».
Al poco tiempo empezó la problemática conmigo. El daba matemáticas y no tenía preparación pedagógica. Era ingeniero Industrial y ponía tres problemas en el pizarrón, y decía: «quien copió qué bueno y el que no se fregó», y borraba al instante.
Una vez le dije: «Deme oportunidad de copiarlo, no he terminado de escribir», y su respuesta fue: «te fregaste».
Eran problemas de álgebra y cálculo analítico, me quedé así y el conflicto continuó.
En aquel tiempo estaba metido en proyectos productivos de engorda de cerdos. Iba a barrerles, inyectarlos, pesarlos, era parte de mi trabajo y lo hacía con gusto. Me crié en el rancho y tengo aptitudes de ranchero, como dijo mi abuelo Pablo Alonso.
Fui popular en la escuela tanto con mis compañeros como con los maestros, casi en su totalidad me estimaban, pero finalmente llegó el desenlace porque reprobé matemáticas. Llegué 10 minutos tarde al examen por los proyectos productivos y no me dio oportunidad de entrar, se creó un conflicto mayor para el segundo examen.
No estudié y pagué tres pesos por uno mimiografiado, lo vi y eran tres problemas. Agarré mi hoja sin contestarla y pretendí salirme del salón: éramos aproximadamente 30, y me dijo que se la entregara y le respondí que no porque era mía y me había costado tres pesos.
Intentó arrebatármela y la quité, dando un pase natural y los compañeros gritaron «ole». El maestro se puso furioso e intentó golpearme, me defendí y cuando quiso abalanzarse sobre mí cerré el puño, me observó y estuve a punto de asestarle un golpe.
Nos salimos del salón y en las canchas había personas jugando, se arremolinaron para ver la discusión y me dijo: «vamos a ver al director», era José Medina, quien también fue presidente municipal de Pabellón.
Y ahí vamos con el profesor Medina, no estaba y le dije: «Ahora a quién vamos a ver», «a Santos», me respondió, que era el subdirector y tampoco estaba, le volví a hacer la misma pregunta y me dijo a Corbera, que era el coordinador de los maestros y delante de él cambió totalmente su actitud.
Le dijo: «este muchacho no quiere entregarme el examen», en un tono muy diferente cuando prácticamente nos mentamos la madre. Le dije a Corbera: «No se lo quiero dar porque este papel es mío, me costó tres pesos», y se lo abaniqué en la cara.
Corbera me dijo: «compraste el derecho a examen, no propiamente ese papel».
-Entonces no es mío, si no lo es, no quiero nada que no sea mío, le dije y se lo aventé en la cara.
Las cosas se pusieron muy difíciles, a eso había ido este profesor.
Cuando regresamos al salón, todos habían copiado, pasaron la mayoría, menos cinco, entre ellos yo. Delante de todos dijo: «Me lo tenía que dar el cabrón».
Para el tercer examen tomé conciencia y Rigoberto, que era el «cerebrito» del salón y yo, nos pusimos a estudiar al igual que otros compañeros y compañeras que me echaron la mano para poder pasar.
El maestro Héctor me dijo: «El asunto de «El Chocorrol» no es fácil, pídele a Medina (el director) que cambie de profesor para que aplique el examen».
Le dije: «¿a quién propone?», me respondió que a Armando Pedroza, quien daba clase de Maquinaria Agrícola y siempre andaba entre fierros, la rastra, el arado, todo eso.
Le decíamos «El Mugroso» porque siempre andaba así, me acabo de enterar que falleció y me dio tristeza cuando me lo platicaron.
Se lo comenté y me dijo que sí, solo que tenía que decirle al director. Lo hice y me respondió que sí, se lo comenté varias veces y todas aceptó.
El día del examen llegó y para mi sorpresa quien lo aplicaría era el profesor Medina. Éramos cinco y le dijo a «El Chocorrol»: «Vengo a aplicar el examen, sálgase por favor». El otro no quería, finalmente accedió y se quedó en una de las ventanas.
Me paro y digo: «Maestro Medina que se retire, delante de él no puedo hacer mi examen».
Medina le dijo a «El Chocorrol»: «Retírese y bájele a la ventana».
Yo que había estudiado me di cuenta que el examen no estaba bien. Medina dijo yo soy maestro de matemáticas y puso un solo problema de cálculo analítico, pero con sustitución de tanto por tanto, potencia tercera, cuarto, quinta y sexta. Prácticamente lo hizo todo y dijo: «pongan el resultado y están adentro».
«Le decía profe es que no está bien». Finalmente le pusimos el resultado y los cinco reprobamos y lo supimos saliendo del examen.
«El Chocorrol» se reunió con Santos, el subdirector y Medina, el director. Hace un año me encontré a «El Monje», que también hizo el examen junto con Pepito, una chica de la que no me acuerdo su nombre, García Cajero y un servidor.
«El Monje» era una tipo muy delgado, chaparrito y ahora está ponchadote y mide 1.90 metros. Pero en ese tiempo era jovenzuelo y se arrastró hasta la oficina del director, iba y nos traías las noticias.
«El Chocorrol» decía que todos estábamos reprobados y la negociación fue que tres se quedaban y dos se iban, esos eran García Cajero y Felipe Hinojo, fue lo que pudo conseguir ese profesor.
Me resigné. García Cajero tenía una tía regidora y el único que se fue a Estados Unidos fui yo. Había cumplido 18 años y creo que ahí empieza parte del destino que Dios, fuerzas superiores, ponen a la gente en tu camino.
Me pude enterar que «El Chocorrol» a raíz de ese problema se fue más al norte. Pensé que lo habían mandado a Chihuahua un baile, pero no, fue al estado y quien me estaba platicando me dijo que lo mandaron a la sierra, por el lado de Creel, o sea que lo refundieron.
La moraleja aquí es que quien actúa mal, termina mal. No tenemos por qué sentir gusto del fracaso de otra persona, cuando podemos desear lo mejor de los éxitos y dejar de lado las envidias, los sentimientos impuros.
Cuando podemos salir adelante deseando lo mejor a parientes, amigos, hermanos, esa es la dinámica para conseguir un objetivo.
Se ha dicho, y lo ratifico, que el honesto y el perverso son los amos del universo; solo que el honesto no tiene fecha de caducidad y el perverso sí. Tarde o temprano tendrá que pagar.
Las anécdotas de cómo me fui y llegué, las aventuras que pasé para llegar a Estados Unidos y lo que me tocó trabajar y vivir allá queda pendiente para la siguiente. Un millón de bendiciones.